sábado, 7 de noviembre de 2009

La Sabia Naturaleza Animal.



Un lobo está persiguiendo a un ciervo para darle caza. El ciervo ha de salvar su pellejo y el lobo dar muerte a su presa para la diaria manutención. Hay enormes peñascos aquí y allá, pero el ciervo consigue con grandes saltos mantener a distancia al lobo que pone en juego todas sus fuerzas para impedir que se le escape. Llegan en plena carrera ante una hondonada, el ciervo da un salto más largo y la supera: el lobo no afloja y salta también, pero cae en medio de la hondonada y se quiebra una pata.



En el bosque no hay ni servicios de urgencia ni tampoco veterinarios que enyesen patas rotas…
Pero el lobo sabe lo que debe hacer para salvar su pellejo; vuelve a subir con esfuerzo la pendiente de la hondonada y busca un matorral donde esconderse. Se acurruca sobre si mismo, se lame la herida para desinfectarla (la saliva tiene un gran poder desinfectante) y luego se duerme para quedarse lo más inmóvil posible.
Todo para sobrevivir…
Pasan los días y el lobo, siempre inmóvil, espera: se quita la sed con las pocas gotas de agua de lluvia que caen, come cualquier gusano que pasa por debajo de su hocico, pero no se mueve porque sabe que se está reparando su pata.
¿Cómo es este proceso reparador?

En el punto en el que se ha producido la fractura, el hueso va reconstruyéndose y si se pudiera hacerle un análisis de sangre descubriríamos una pequeña leucemia. Después de cerca de cuarenta días el lobo se pone de nuevo en pie y da los primeros pasos; controla la funcionalidad de la pata. Ahora tiene un bonito callo óseo, (un osteosarcoma, o cáncer de hueso muy comun en las fracturas en estas especies), que tiene por finalidad hacer la pata más fuerte que antes a fin de que no pueda ya rompérsela. El lobo está salvado y puede volver de nuevo a cazar; ¡ningún lobo ha muerto nunca de leucemia o de un osteosarcoma!
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En septiembre los salmones remontan el río, vuelven al nacimiento del mismo para poner los huevos y morir; es el ciclo de la vida que sigue su curso. Remontar un río impetuoso supone un intenso esfuerzo y, por si fuera poco, hay osos que esperan. Los salmones, con la fuerza de su cola, dan saltos impensables, superan grandes peñascos, remontan los rápidos. Uno de ellos da un salto más largo pero va a parar a la orilla, a la sombra de una gran roca: su vida corre peligro, pues ¡está fuera del agua! Vive un conflicto de aniquilación; un pez fuera del agua está perdido. La única posibilidad que le queda es bloquear los riñones para extrae el máximo de agua posible en espera de una ola que lo arrastre dentro del río. El sol sigue su órbita y dentro de poco el salmón se encuentra a pleno sol; segundo conflicto de aniquilación, segunda solución biológica: bloquea las glándulas suprarrenales, la producción de cortisona para permanecer inmóvil y no equivocarse de dirección. Es su única esperanza de sobrevivir. ¡Es el instinto natural por la vida el que manda en una situación de emergencia!
Estas y miles de situaciones conflictivas para la vida animal acontecen todos los días, en el mar, en los bosques, en los desiertos. Pero la sabia naturaleza se ha ocupado desde siempre en brindar a sus criaturas la capacidad de sobrevivir en esos medios hostiles, sin doctores, sin ambulancias, ni afilados bísturies y sin anestesias
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