miércoles, 2 de enero de 2008

EL MAYAL

Una cámara de orgones vibrando como un receptor de televisión enloquecido, y en su exterior, jóvenes danzando febriles con fálos erectos de resplandecientes y púrpuras glandes brillando bajo el reflejo irisado del metal inerte. Un sacerdote con un impoluto alzacuello sonrie al ver la escena y empieza a tocar una flauta. Se escuchan tambores, el dios Pan está contento. El sacerdote se acaricia asquerosamente sus tumefactos y gangrenados genitales mientras descansa su flácido pene sobre una gastada bíblia, juzgando leyes y personas, más allá de ellas mientras eyacula pobremente. De manera grotesca, una sonrisa deforma su rostro, una mueca obscena en la que agita lascivamente su lengua, moviéndola lentamente al principio y de manera nerviosa después. Dentro de la cámara , empiezo a perder el conocimiento, y no puedo evitar pensar en ti para tratar de mantener la cordura; tal vez era lo único que no debía de haber hecho, mientras memorizo palabras que creo algún día podré repetir -stop- intento poner en otro contexto anímico –stop- mis sentimientos –stop- poner mis sentimientos en palabras de otros –stop- para ser capaz de expresarme –stop- siendo yo –stop- no se que sentido tiene todo esto -stop- ¿Qué podré decirte cuando vuelva a verte –stop-
Todo ha pasado. Mientras salmodiaba tu nombre perdí el conocimiento, y cuando le recuperé, no hay nadie vivo afuera. El sacerdote está tendido en el suelo, con su lengua asomando por un corte limpio en su garganta, una lengua púrpura que delata el envenenamiento, quizás fue un mayal empapado en veneno de pulpo de anillos azules). Los jóvenes danzantes debieron de huir: no hay ninguno en el suelo. ¿Donde te busco ahora? Afuera solo hay un integrismo brutal, elevado al paroxismo, protegido, temido, amparado por la obcuridad que el mismo ha creado, y yo tengo que pasar a través de el sin saber a donde llegaré.